'Africa Burn' es una mistura de un Hippie Woodstock y un Berlin Love Parade infundido en música de Trance, inspirado por Burning Man USA'. Al menos eso pensé cuando decidimos asistir a este festival en el desierto de Karoo, una carretera dolorosamente lenta que devoraba neumáticos, camino de ripio, cinco horas de distancia de Ciudad del Cabo en Sudáfrica
. ¡Estaba equivocado! Pero el desierto tiene su propia verdad. Me estuve mal preparando durante un tiempo, sin tener la mayor parte de lo que daba por sentado todos los días, a pesar de llevar la cantidad necesaria de agua potable, un saco de dormir y conducir un automóvil lo suficientemente grande como para esconderme de las tormentas de arena. Pero lo que me faltaba, no lo podía comprar. No se cambia dinero en Africa Burn. Todo lo que tomas o das es un regalo. Como enviados por el universo, Michael y Liza, experimentados quemadores de Cuidad del Cabo, aparecieron de la nada y me regalaron no solo el uso de su tienda y su fogata, sino lo más importante, su amistad.
Me aventuré solo a la Playa, la plaza en el centro del festival, donde gigantescas esculturas de madera están esparcidas sobre la llanura quemada por el sol. Nacidos de visiones artísticas, todos dan fe de la naturaleza efímera de la vida, ya que la mayoría se habrán quemado al final del festival. La más impresionante escultura de ese año fue el Laberinto, que tenía unos diez metros de altura con intrincados pasillos en espiral que conducían a su parte superior, desde el centro colgaba un cristal gigante. Liza me había dado tres varitas de incienso y me había sugerido que las quemara encima del Laberinto, liberando mi angustia al universo.
Pero esa mañana, un fuerte viento hizo imposible encenderlos. En cambio, me senté en la parte superior de la construcción, observando a la gente ascender por las sinuosas pasarelas. Varios se tomaron selfies, optar por convertir un evento espiritual en una fiesta de Instagram, aunque no tan instantáneo debido a que no había recepción de teléfonos celulares en millas. Otros mostraron partes de su interior de sí mismos que no podían expresar en el mundo paralelo; trajes de conejo amable y peludos, disfraces de fantasía hermosos y deslumbrantes o nada de ropa.
Una mujer llamó mi atención. Vestida con colores azul agua, sus rizos rojizos apenas cubrían la desnudez de su cabeza. La observé caminar por el redondeado sendero. Cuando llegó a la plataforma superior, de repente abrazó a sus dos compañeros y comenzó a llorar un mar de lágrimas. Al ver tanto dolor, mi corazón se compadeció de ella. ¿Qué podría dar yo para consolarla? Metí la mano en mi bolsillo y saqué un puñado de diminutas fortunas sin galletas que había preparado para regalar a la gente. Pero no quería darle ella una broma al azar sino un mensaje tranquilizador, así que los abrí y los leí.
Cuando encontré uno que me gusto, el momento se había perdido; ella había comenzado su descenso espiral del laberinto. Pero cuando ella pasó a mi lado una vez más, extendí la mano y presioné el pequeño trozo de papel en su mano. Sin mirar el mensaje, tomó mi mano, la besó y la sostuvo por un momento. Si me sorprendió su inesperado gesto de gratitud, si sentí su dolor más intensamente a través del contacto físico o me acerqué a mi propio dolor, no lo sé, pero las lágrimas también comenzaron a rodar por mi rostro. El aire caliente del desierto hace que las lágrimas se sequen mucho más rápido.
English Translation
‘Africa Burn’ is a cross between a Hippie Woodstock and a Trance-infused Love Parade, vaguely connected to Burning Man USA.’ At least so I thought when we decided to attend this festival in the Karoo desert, a painfully slow, tire-devouring, gravel road drive hours away from Cape Town. I was wrong! The desert has its own truth.
I was ill-prepared for five days without having most of what I took for granted every day, despite carrying the required amount of drinking water, a sleeping bag, and driving a car large enough to hide out from the dust storms. But what I was lacking, I could not buy. No money is exchanged at Africa Burn. Everything you take or give is gifted. As though sent by the universe, Michael and Liza, experienced Capetonian burners, appeared out of nowhere, gifting me not just with the use of their tent and their campfire but, most importantly, their friendship.
I ventured alone onto the Playa, where giant wooden sculptures are scattered over the sunburnt plain. Born from artistic visions, all attest to the ephemeral nature of life, as most will have been burnt by the end of the festival. The most impressive one that year was the Labyrinth which stood about 30 feet high with intricate spiral walkways leading up to its top; from the center hung a giant crystal. Liza had given me three incense sticks and had suggested that I burn them on top of the Labyrinth, releasing my anguish to the universe.
But that morning, a heavy wind made lighting them impossible. Instead, I sat at the top, watching the people ascend the winding walkways. Several took selfies, having chosen to make it an Instagram event, although not so instant due to no cell phone reception for miles. Others showed parts of themselves they could not express in the parallel world; fuzzy bunny suits, drop-dead, gorgeous fantasy costumes, or no clothing at all.
One woman caught my attention. Dressed in watery aqua colors, her thin reddish curls barely covered the nakedness of her head. I watched her walk up the rounded path. When she reached the top platform, she suddenly embraced her two companions and started to cry a flood of tears. Seeing so much pain, my heart went out to her. What could I gift her? I reached into my pocket, pulling out a handful of tiny, cookieless fortunes I had prepared to give out to people. But I did not want to give her a random joke but a soothing message, so I opened them and read them.
By the time I had found one, the moment was lost; she had started her descent. But as she passed by me once more. I reached out and pressed the little piece of paper into her hand. Without looking at the message, she grabbed my hand, kissed it, and held it for a moment. Whether I was startled by her unexpected gesture of gratitude, feeling her pain more intensely through the physical contact, or tapping into my own hurt, I don’t know, but tears started coming down my face as well. But the hot desert air makes tears dry so much faster.